Rodolfo Montes de Oca
Todos y todas hemos leído,
escuchado, visto y aterrorizado con las prisiones, ¿Quién no? La cárcel es una
suerte de “coco” de nuestra sociedad,
¿Quién no ha temido ir a una prisión, alguna vez? ¿Quién no se ha escandalizado
con las atrocidades que ocurren en ella? Pero así como todos y todas conocemos
la palabra “cárcel”, muy pocos saben
a profundidad su problemática. Mas aun prefieren hacerse la vista gorda,
ignorando lo obvio y ayudando a perpetuar la tragedia que viven millones de
personas en el mundo.
Origen de la infamia
La cárcel no nació para aplicar tratamiento alguno, ni “resocializar”. Ni siquiera para que el delincuente fuese castigado.
Todo lo contrario, la cárcel aparece como una manera de asegurar al “infractor” hasta que se dictase y
cumpliese la pena, que generalmente era de muerte, o de galeras, o de
mutilación, o de azotes o de multa, incluso el encierro era una medida
procesal, no una instancia punitiva. No es sino con el devenir de la historia
de Occidente, las guerras fratricidas, la colonización del mundo por parte de
Europa y el fortalecimiento de la clase burguesa, del Estado y demás escorias
sociales, que la cárcel toma otra forma y finalidad.
El hecho de que el surgimiento y formación de nuevos Estados llevase a
continuas guerras de liberación o dominación, el hecho de que las conquistas
estuviesen cargadas de violencia y asesinato, incluso el hecho de que por
enfermedades y las malas condiciones de vida las clases mas desposeídas
careciesen casi hasta de la posibilidad de subsistir, hicieron que ciertas
cabezas pensantes al servicio de la opresión se replantearan la necesidad de
darle otra finalidad a la institución penitenciaria. Eliminar al delincuente
aplicándole la pena de muerte o inutilizarlo mediante las mutilaciones, no era
lo más indicado para la nueva realidad social. Resultaba mejor recluirlo,
adiestrarlo en el trabajo productor, imponerle una disciplina de fábrica y
explotarle como mano de obra. En pocas palabras, conservar su vida era mejor
negocio que ejecutarlo.
Casi todos los penitenciaristas y estudiosos de la materia consideran que la
génesis de la cárcel, como instancia “resocializadora”,
se encuentra en el modelo cuáquero de Walmunt Street, en Filadelfia (EEUU).
Pero es necesario ir un poco más atrás, hacia el 1764 en el denominado Hospicio
de San Miguel, en Roma (Italia). Esta era una casa de corrección creada por el
Papa Clemente XI para delincuentes jóvenes y servía de asilo a huérfanos y
ancianos inválidos. Los reclusos aprendían un oficio y trabajaban de día colectivamente,
y en las noches eran separados individualmente en celdas, en lo que se
conocería como el “aislamiento celular”.
Todo esto ocurría en un silencio absoluto y a los reclusos se les suministraban
instrucciones elementales y religiosas. El objetivo de este Hospicio era mas de
carácter moralizador y correccionalista que de naturaleza económica. En 1776 se
crea la tristemente celebre Walmunt Street, una prisión religiosa en la cual a
los “pecadores” (porque en este caso
no eran “trasgresores” o “delincuentes”, sino “pecadores”) se les mantenía en un
sistema de aislamiento celular diurno y nocturno, bajo un régimen de silencio
absoluto. Si debe salir de la celda tenía que hacerlo vendado y/o encapuchado.
Así evitaba que identificara a alguien o que alguien lo identificara a él. Para
los más rebeldes se aplicaban duchas heladas, mordazas y horcas de hierro. El
régimen de Walmunt Street era un verdadero tratamiento pretendidamente
rehabilitador en el cual el prisionero no iba a ser expoliado económicamente
sino presuntamente redimido por la vía de la expiación y del remordimiento. No
hay que ser muy sabio para darse cuenta que los cuáqueros fueron precursores
del odioso régimen ibérico del FIES.
De la experiencia de Walmunt Street, de la cual solo queda hoy en día una placa
conmemorativa pegada en una pared, nace en la localidad de Auburn, Nueva York,
la legendaria cárcel de Sing Sing, que mantenía el sistema de aislamiento
celular nocturno y el régimen de silencio absoluto a toda hora, pero con el
trabajo colectivo diurno. De modo que el sistema auburniano reúne la fórmula de
explotación de la mano de obra cautiva, que inspiró la creación de las Casas de
Corrección y Trabajo holandesas e inglesas en los siglos XVI y XVII, con el
modelo de tratamiento moralizador y correccional que dio lugar a la aparición
del reclusorio filadelfiano de Walmunt Street.
Esos ensayos fueron pasos indispensables para la formalización del sistema
carcelario del siglo XIX y XX. Éste mantuvo las dos constantes clásicas, la
supuesta “resocializacion” del
individuo y la explotación de mano de obra cautiva, pero agregó una tercera,
igual de nefasta que las anteriores, que es la aplicación como herramienta de
amedrentamiento y coacción social. Los penitenciaristas y criminólogos Darío
Melossi y Massimo Pavarini consideran que la cárcel cumple contra los
infractores lo que ellos llaman una “mutación antropológica”, en la cual el
delincuente se trasforma en un proletario para seguir manteniendo el orden
social burgués. O sea, un proletario socialmente no peligroso, para que así no
amenace la propiedad. Una interpretación no muy alejada de la realidad.
Nuestra crítica
Anarquismo y cárceles han estado íntimamente ligados por una razón histórica
harto evidente: desde el inicio de la lucha libertaría por la transformación
radical de la sociedad capitalista, en múltiples ocasiones lo/as militantes del
ideal ácrata han conocido como víctimas la institución penitenciaria. Algunas
veces por su accionar violento, pero principalmente por la criminalización a la
que se ha visto sometida la causa antiautoritaria.
Pero mas allá de las críticas obvias que surgen de esa circunstancia histórica,
¿cuáles han sido los cuestionamientos esenciales que desde el anarquismo se
hacen al modelo penitenciario capitalista? Primero que nada, está la privación
de libertad a la que se ve sometido el individuo. Es imposible que los
anarquistas, amantes de la libertad, podamos soportar un régimen en el cual el
individuo se vea coartado a tal extremo de su bien más importante, la libertad.
Sin duda la cárcel es la negación o contraposición más resaltante que perciben
los antiautoritarios en la sociedad que nos rodea. Otra crítica importante es
lo que yo llamo la falacia de la reinserción social, éste es el supuesto fin de
la cárcel, la “resocialización”.
¿Pero realmente cumple con dicho fin?, la respuesta seria un rotundo NO. La
mayoría de las personas que han ido a prisión vuelven a ellas, esta vez con
cargos y acusaciones más graves; además ¿qué se cree el Estado, para interferir
con la libertad de un individuo e inculcarle una supuesta resocialización a los
golpes? Para rematar, tan estúpido y absurdo es este supuesto fin, que si es
casi imposible reformar a un delincuente mucho mas difícil es hacer cambiar de
opinión a un individuo que está preso por sus creencias o militancias
políticas. De estas rápidas reflexiones podemos sacar una conclusión
fundamental para nuestra idea: sí la cárcel falla en su propósito primordial
que es “resocializar” al infractor,
entonces significa que la cárcel es una institución caduca y obsoleta, porque
no cumple con la razón que justifica su existencia. ¡Sin duda alguna, la
idiotez siempre acompaña al capitalismo!
A la cárcel se le atribuyen toda clase de miserias y tragedias, podríamos escribir
libros con tantas críticas fundadas y realistas que se le achacan a las
prisiones.
Lamentablemente el espacio no nos
lo permite. Pero quizás uno de los daños más graves que comete la cárcel contra
el género humano es lo que hace a la solidaridad. La Prisión perpetra todo lo
posible para acabar con los lazos que pueden existir entre el ciudadano
cuasi-libre y el preso. Cambiando la moral y convencionalismos sociales previos
del recluso por los internos e impuestos a la fuerza por los carceleros. Esto ayuda
a perpetuar el constante reciclaje penitenciario. Por eso es que día a día,
cobra mas fuerza dentro de las mentes lucidas del panóptico global, nuestra
propuesta de una sociedad libre y sin cárceles.
¿Qué hacer?
En más de 150 años de lucha libertaria, nunca se han dejado de denunciar los
males que engendra la institución penitenciaria, en tanto es la faceta quizás
más antagónica con lo que sería la futura sociedad anarquista. Por ello, debe
mantenerse a través de nuestros diferentes medios (publicaciones, centros
sociales, actividades culturales y musicales, mítines, etc.) una constante y
perpetua critica a la cárcel. Pero así como podemos afirmar que nuestra crítica
debe ser constante, también se puede afirmar que nuestros argumentos por lo
general son insuficientes y poco claros.
Es necesario y primordial que todas las individualidades y grupos ácratas nos
replanteamos, para ya, la situación de la cárcel, como instrumento coactivo del
poder sobre la sociedad y busquemos nuevas e innovadoras propuestas, para así
poder demoler esta caduca e inhumana faceta del capitalismo (privado o
estatal), dando paso a nuevas formas de reparar los daños cometidos por otros,
dentro de un marco de armonía, paz, solidaridad y apoyo mutuo. Sin duda que lo
dicho al respecto por el anarquismo del S. XIX y el S. XX servirá de base, pero
la tarea es imprescindible como parte de la construcción de un anarquismo para
el S. XXI.
No es posible el fin de la sociedad capitalista, en el sentido positivo que el
ideal libertario propone, sin el fin de la institución penitenciaria. Una no
puede subsistir sin la otra, no hay cambio social sin abolición carcelaria y no
puede haber abolición carcelaria sin cambio social. El triunfo de una depende
del triunfo de la otra. Por consiguiente, es necesario que todo/as a través de
nuestras diferentes posibilidades y espacios propongamos, analicemos,
elaboremos, aunemos, combatamos y concreticemos nuestra alternativa de forma
pacifica a las infames prisiones. No hay cárcel buena o justa, todas son malas
e injustas, y como diría Mijail Bakunin con palabras insustituibles: “Solo podremos sentirnos libres mientras no
exista un solo preso”.